Amo
las letras, y a veces también las odio… La palabra es un don y también puede
ser un arma. Es como todo, depende para que se tome…
Sin embargo, cuando lo pienso bien, veo el universo tan grande
que se extiende a través de las palabras, uno puede abrirse de formas
impensables y dejar que fluyan hasta más allá de lo deseado… es difícil cuando
así sucede porque la timidez, el pudor, el temor, la auto-censura no permite
que se suelten las letras de esa forma… pero es bueno saber el alcance que
pueden llegar a tener la expresión y el pensamiento.
Es ilimitado en cuanto a contenido, forma, alcance, y las
maneras como puede transformarse mientras va andando…
Somos nosotros los limitados, realmente. Me doy cuenta de esto a
cada instante. Uno no dice o no puede decir todo, todo lo que le pasa por la
mente. Y no porque no pueda, la mayoría de las veces es porque no quiere,
realmente.
¿Cómo romper con esa limitación auto impuesta?.
La respuesta es que se puede pensar lo que se quiera, y
luego expresarlo de la forma más elevada que se pueda, sin arrastrarse en lo
pedestre, porque como dijo Martín Vivaldi alguna vez, ¿a quién le interesa lo
pedestre?. Interesa lo delicado sin llegar a ser complicado, lo que tiene
alguna mínima elaboración en el camino, lo que es procesado, o más bien que se
puede procesar. Esto último es lo más interesante. Más que lo que
ha sido digerido, interesa lo que por sí mismo se puede digerir y crear al
leer. Esta es la gran diferencia entre una lectura cualquiera y la literatura
propiamente dicha. Esta última nunca se agota con la lectura, cada vez da
origen a nuevas elaboraciones.
La palabra como arte se va construyendo a medida que aparece, y
el lector mientras más participe de esa creación queda más atrapado y sumergido
en el mismo proceso que dio origen a esas palabras. Por ello el goce no solo
estético sino también recreativo. Cuando no nos dan todo sino que nos
dejan participar, nos toman en cuenta y andamos a la par.
Por ello, agradezco aquellas palabras que en su momento me
dijeron: no es cuanto leas, es lo que leas. La importancia reside en la
calidad. Por ello leer buenos libros nos forma y no solo nos instruye,
abre también nuestra capacidad de pensar, y extiende a la par del autor
nuestros pensamientos, y nos hace partícipe de ellos…, cuando el autor es:
bueno, cuando el autor comunica realmente, sucede la magia.
Quizá por ello el que lee, muchas veces termina también
escribiendo, es en este orden que sucede, buscando un canal de expresión a los
pensamientos.